
DETENTE,
RESPIRA
por Pastor Nico Burgos
¿Te has sentido alguna vez abrumado por algo? Moverte de país e iniciar una nueva vida, comunidad de amigos, rutinas, estudios, trabajo, presión social, presión familiar, religión, responsabilidades, futuro… y tú sabrás cuántas más pueden hacernos sentir abrumados. Y si no estás en ese momento, lamento decirte que hay una alta probabilidad de que puedas estarlo en algún punto, o que alguien a tu alrededor lo esté. Así que, como sea, esto será de ayuda para tu vida.
Creo que saber cuántas cosas nos abruman no es el mejor dato estadístico ni la respuesta que más paz traerá a nuestra vida. Pero quizás saber cómo lidiar con todo eso sí pueda ayudarnos.
Jesús.
​
La respuesta siempre es Jesús. Pero, ¿cómo su nombre puede hacer que me sienta menos abrumado? Una de las maravillas de Jesús es que Él es Redentor, no Eliminador. Él puede eliminar nuestra angustia y dolor, pero hace algo mejor y más significativo: lo redime.
Debemos entender que toda crisis, estrés y preocupación que nos llevan al afán provienen de un mundo pervertido por el pecado. Pero el mundo creado por Dios es un mundo bueno.
Génesis 1:31 (NVI)
​“Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el sexto día.”
Es decir, alguien lo torció: el pecado, introducido por la mentira de Satanás.
Cuando nos detenemos a sobrepensar el estrés, la crisis, el problema, la prisa abrumadora de solucionar todos los problemas míos y de mis amigos (aunque no puedo ni siquiera con la mitad de los míos), estamos cayendo en un ritmo que no nos pertenece.
¿Sabes qué es una locura En un mundo lleno de prisa? Tener quietud.
Así que…
Detente, respira
“La atención es el inicio de la devoción.” — Mary Oliver
Aquello a lo que prestamos atención, es lo que adoramos.
¿Por qué detenerte y respirar? Sé que nuestra profunda adicción con la dopamina no nos dejará tranquilos por mucho tiempo y que constantemente llegarán pensamientos “más importantes” que lo que estás haciendo ahora.
Pero…
Detente, respira
Salmos 46:10 (NVI)
“Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. Yo seré exaltado entre las naciones; yo seré enaltecido en la tierra.”
El ruido nos roba lo eterno
​
La prisa es el enemigo de la presencia. Vivimos atrapados en una maquinaria de urgencia, consumidos por notificaciones, tareas y preocupaciones. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cuánto de Dios te pierdes porque simplemente no estás prestando atención?
​
La poeta Mary Oliver nos recuerda que la devoción no comienza con grandes esfuerzos espirituales, sino con algo más sencillo (o quizás difícil): atención.
Jesús nunca tenía prisa. Caminaba entre la multitud, se detenía con los olvidados, dormía en la tormenta. Él habitaba el momento presente. ¿Y nosotros? Nos perdemos la vida intentando controlarla.
Dallas. W dijo una vez:
“Apresúrate en desacelerar. Porque el alma no se nutre en la velocidad, sino en la quietud.”
Si Dios es un Dios de paz, ¿cómo podríamos encontrarlo en una mente que nunca descansa?
Respirar es un acto de fe
​
¿Sabes qué me parece loco? Que, según Génesis 2:7, fuimos creados del aliento de Dios. Los únicos seres creados de su aliento… se nos olvidó respirar.
Cuando estamos ansiosos, respiramos rápido. Cuando estamos en paz, respiramos profundo. La respiración revela el estado del alma.
Quizás por eso, después de resucitar, Jesús se encontró con sus discípulos y sopló sobre ellos el Espíritu Santo.
Juan 20:22 (NVI)
“Entonces sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo.”
​
Este simple acto nos recuerda que no somos autosuficientes. Necesitamos a Dios más que el oxígeno.
La prisa mata el amor
​
Si nuestro propósito es convertirnos en personas de amor, ¿en qué estamos fallando?
1 Corintios 13:4 (NVI)
“El amor es paciente, es bondadoso.”
La paciencia requiere tiempo. La prisa nos vuelve impacientes con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Pero el amor no florece en la velocidad, florece en la pausa.
​
No se trata de pereza, sino de un ritmo diferente.
​
Este devocional no es un llamado a la pasividad o a la pereza. No se trata de abandonar responsabilidades, dejar de trabajar o vivir sin propósito. Jesús nunca fue perezoso. Él trabajó, caminó, enseñó, sanó, sirvió y se entregó completamente.
Pero nunca vivió apresurado. Nunca dejó que la ansiedad dictara su ritmo. Nunca permitió que el afán del mundo lo desconectara de su Padre.
Juan 5:17 (NVI)
“Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo.”
​
Jesús trabajó, pero con el ritmo del Padre.
​
-
Cuando Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más antes de ir a verlo (Juan 11:6).
-
En medio de la multitud, se detuvo a atender a una mujer enferma (Lucas 8:43-48).
-
Después de días de ministerio intenso, buscaba soledad y descanso (Marcos 6:31).
Jesús vivía con una certeza profunda: el Padre estaba a cargo. No tenía que acelerarse, preocuparse ni apurarse.
Hoy, haz espacio. Detente. Respira.
​
Dios está aquí. Siempre ha estado aquí.
​​
No quiero hablarte de desconexión mientras estás 30 minutos pegado a esta pantalla, así que hagamos algo;
​
Primero, reflexiona en estas preguntas y luego haz la oración final. Después de eso, te invito a un pequeño ejercicio práctico.
Algunas preguntas
para pensar...
-
Si Dios estuviera hablándote ahora, ¿podrías escucharlo o el ruido de la vida te lo impediría?
​
-
¿Cuál es el mayor ruido en tu vida hoy? ¿Cómo podrías disminuirlo para escuchar mejor a Dios?
​
-
¿Qué tan consciente eres de la presencia de Dios en tu día a día, o solo lo buscas cuando ya estás sin otra opción?
​
-
Si el amor es paciente, pero tu ritmo de vida es apresurado, ¿qué crees que la prisa está matando en ti?
​
-
¿Qué prácticas diarias podrías iniciar para prestar más atención a lo que realmente importa?
Oración Final
“Señor, quiero encontrarte en lo simple, en lo sencillo y en lo cotidiano. Quiero no necesitar inyecciones de dopamina que estimulen mi cerebro, solo quiero tu presencia y depender de ella.
​
Ayúdame, a través de tu Espíritu Santo, a ser alguien más lleno de amor, paciencia, sabiduría y acciones con significado.
​
Te entrego mi ritmo de vida y quiero vivir el tuyo. Uno que tiene un impacto real y no efímero, lleno de acción y práctica, de paz y quietud.
Quiero aprender a ser un buen compañero de trabajo, estudiante, hijo, amigo y vecino.
​
Me entrego a Ti, y en cada respiro quiero que se escuche un: ‘Te amo y de Ti dependo.’
​
Oro en el nombre de Jesús, Amén.”
Ahora disfruta en Dios
-
Pon tu teléfono en silencio por cinco minutos.
-
Cierra los ojos.
-
Respira profundo tres veces.
-
Presta atención a todo lo que normalmente ignoras: tu respiración, los sonidos, la quietud.
-
Conversa con Dios. Y si no sabes qué decir, dedícate a escucharlo.